Me llamo Rosa Aguilar y voy a cumplir 40 años de practicar este maravilloso Budismo de Nichiren Daishonin. He vivido muchas experiencias increíbles y he tenido muchísimos beneficios a través de una práctica continua y sincera. Hoy quiero contarles uno de los desafíos más grandes que he tenido y como logré una gran victoria con esta práctica.
Hace 6 años después de finalizar una reunión Conmemorativa de Damas, realizada en mi casa en Perú, sentí un dolor de espalda muy intenso, mi vecina me aplicó una inyección de 1,000 miligramos, según ella para calmar el dolor más rápido. A las horas empecé con vomitos y llegué al hospital en estado de coma. Lo único que recuerdo es que estando inconsciente me aferraba a la vida invocando Nam-myoho-renge-kyo desde lo más profundo de mi ser. Gracias al d daimoku de mi familia y el de todos los miembros, salí de ese estado. Los doctores dijeron que la dosis de la inyección aplicada había sido muy fuerte y me había dañado el hígado provocándome una cirrosis. Me desahuciaron, diciéndome que me quedaba poco tiempo de vida. Vine a la Florida buscando una segunda opinión, a los 15 días de haber llegado me sentí mal y me hospitalizaron nuevamente. La doctora le dijo a mis hijas: “Lo siento mucho, pero el hígado de su mamá está muy deteriorado”. El diagnóstico fue el mismo que me dieron en Perú: La cirrosis estaba en estado avanzado, además tenía trombosis, diverticulitis y gastritis; y a mis familiares le dieron una receta para que compren morfina porque, según ellos, los dolores que me iban a dar eran muy fuertes.
Yo no sabía de la gravedad de mi enfermedad y mi hija Ana invocó Nam-myoho-renge-kyo por sabiduría y determinar si me lo decía o no. Ella no quería hacerme sufrir dándome esta noticia. Cuando me lo dijo, mi respuesta fue: “Yo no me voy a morir, yo estoy muy bien, yo no tengo nada, no compres la morfina porque yo no la voy a necesitar y cuando te pregunten cómo está tu mamá le dices ella está muy bien”. Yo nunca me sentí enferma, siempre me decía: “Yo estoy muy bien”. Y nunca tuve una sola queja. Continué invocando Nam-myoho-renge-kyo mientras regresaba una y otra vez al hospital. En cada hospitalización llegaba sin saber quién era y una vez restablecida pasaba la Ley a las enfermeras, técnicas y pacientes con las que compartía el mismo cuarto.
Las enfermeras me decían que tenía el espíritu de una joven de 24 porque cuando me daban de alta salía bailando del hospital. Los doctores me dijeron que para que yo pueda seguir viviendo, debía someterme a un transplante de hígado que costaba $200 mil dólares y tendría que tomar 40 pastillas diarias de por vida para que mi organismo no atacara al órgano nuevo. Me pusieron en una lista de espera para recibir un hígado. Ahí comencé mi desafío, estaba determinada a convertir veneno en remedio. Me informaron de los riesgos porque generalmente el 20% de los pacientes mueren en la operación.
Invocaba 1 millón de daimoku y seguía con otro millón y otro; así pude vencer primero una tos que tenía que no se me quitaba con nada, que me resecaba la garganta y me impedía comer cosas frias y orar fuerte como me gustaba, sacando el daimoku desde lo más hondo de mi interior. La tos se me fue naturalmente y hasta el día de hoy no me regresó más, que hasta como hielo. Tenía una cuenta de hospital de $ 35 mil dólares. Por no ser residente en los Estados Unidos y para saldar la cuenta, el hospital averiguó que tenía una casa en mi país. Me cortaron la atención medica diciéndome que no reunía los requisitos, y poniéndome como condición que si quería seguir mi tratamiento tenía que vender mi casa y pagar la cuenta. Determiné que no iba a vender mi casa, porque siempre la dediqué al kosen-rufu, incluso viviendo aquí, una líder de área es la encargada de tener las llaves para que entren y continúen haciendo todas las actividades que deseen por el kosen-rufu. Me pasé un año y medio sin atención médica, mi hija Ana me cuidaba y me compraba todas mis medicinas e invocábamos juntas con la convicción que me volverían a atender en el hospital. Asistía a las reuniones que podía y me alentaba con las orientaciones de nuestro maestro Ikeda Sensei que dice: “Mientras más oscura está la noche más cerca está el amanecer”, y otra que dice: “Nam-myoho-renge-kyo es como el rugido de un león. Por lo tanto, ¿qué enfermedad puede ser un obstáculo?”
Conforme iba aumentando mi daimoku, me iba sintiendo mejor, y asistí a una conferencia en donde Greg Martín me dio la siguiente guía: “Los doctores no saben la medicina que nosotros tenemos. Lo que necesitas es decirle a tu hígado, lo siento señor hígado pero vas a trabajar por 20 años más. Visualiza tu hígado sano cada vez que cantes, saca del Internet la foto de un hígado sano, ponlo en el butsudan para que todos los días lo veas y digas: Así está mi hígado y dile, ya estás bien. Greg me preguntó ¿quieres pertenecer al club de los 100 años? Me sonreí y le contesté que sí, me dijo bienvenida al club de los 100 años. Después de seguir las guías del Presidente Ikeda, más las de Greg y sobre todo de usar la estrategia del Sutra de Loto, que es invocar Nam-myoho-renge-kyo, toda mi buena fortuna se manifestó. Al año y medio me aprobaron nuevamente como paciente del hospital, sin cobrarme los $35 mil dólares que tenía de deuda y sin necesidad de vender mi casa. Comenzando a hacerme nuevamente todos los exámenes, mi doctora al ver los resultados se quedó sorprendida y me dijo: “Señora, ¿usted que ha hecho que está muy, pero muy bien y su hígado se ha regenerado? Llamó a las enfermeras y técnicas para contarles mi caso, yo le contesté: Yo soy budista y canto Nam-myoho-renge-kyo. Llevo 2 años y medio que no me he vuelto a poner mal.Tengo buen apetito, como de todo y no me hace daño como antes. No necesité el transplante de hígado; no fue necesario tomar morfina porque nunca experimenté ni un pequeño dolor.
Con mi enfermedad he tenido la oportunidad de alentar a muchas personas que están pasando por problemas de salud, demostrándo mi prueba real. Gracias al poder de mi fe y de mi práctica prolongué mi vida 6 años y determino seguir prolongandola para cumplir con mi misión de transmitir la Ley Mística y de dar esperanza a los demás con mi vida. Muchas gracias por permitirme compartir esta experiencia con todos ustedes. Confirmando una vez más, el poder de uno mismo a través de la oración
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