jueves, diciembre 29, 2011

Como enfrentar las perdidas (por Daisaku Ikeda).

*Los siguientes materiales se los dedico con mucho cariño a un amigo y a su familia.
Espero te reconforte en este duro momento, a ti y a toda la familia.
Un abrazo, se les quiere. Material 2 Material 3



El dolor de la partida de los seres queridos es uno de los sufrimientos inevitables de la vida

La impermanencia de la vida es un hecho del que no se puede escapar. No obstante, mientras una cosa es saber en teoría, el que cada momento de nuestra vida puede ser el último, es mucho más difícil en realidad vivir y actuar en un nivel práctico, basado en esa creencia. Muchos de nosotros tendemos a imaginar que siempre habrá otra oportunidad de encontrarnos y hablar con nuestros amigos y parientes, de modo que no importa si algunas cosas queda sin decirse.

Cada vez que tengo la oportunidad de conocer a alguien, trato de dar lo mejor de mí, ya que ese puede ser nuestro último encuentro. Nunca doy cabida a lamentaciones, esforzándome en concentrar todo mi ser en cada momento.

El budismo identifica el dolor de la partida de los seres amados como uno de los sufrimientos inevitables de la vida. Es una verdad que no podemos evitar experimentar la tristeza por una separación.

Sakyamuni, el Buda que vivió en la India hace más de dos mil años, perdió a su madre cuando apenas tenía una semana de nacido. Mientras crecía, constantemente se preguntaba: "¿Por qué mi madre murió?, ¿Dónde se fue?, ¿Dónde puedo ir para encontrarme con ella?, ¿Qué es esta cosa llamada "muerte" que me quitó a mi madre?, ¿Qué es la vida?"

La tristeza por la pérdida de su madre, se convirtió en un poderoso recurso que le permitió desarrollar una profunda misericordia por otros y buscar la verdad de la vida.

Un día conoció a una madre cuyo hijo había muerto; ella estaba vagando con una mirada de dolor con el pequeño cuerpo aferrado al de ella: "Por favor dame alguna medicina para salvar a mi niño" le imploró a Sakyamuni con sus ojos llorosos.

Él de alguna manera quería infundirle valor a ella, le propuso que fuera por algunas semillas de amapola para que pudiera hacer la medicina, pero que sólo las buscara en casa de familias que nunca hubiesen experimentado la pérdida de un ser querido.

La mujer corrió al pueblo y buscó las semillas en cada casa de familia. Pero a pesar de que muchas tenían las semillas de amapola, no había ni un solo hogar en el cual no hubiese habido una muerte. Esta perturbada madre gradualmente comenzó a darse cuenta de que cada familia vivía con la tristeza de la pérdida de seres queridos oculta en sus corazones gracias a esta experiencia ella entendió que no estaba sola en sus sentimientos de dolor.

Probablemente ninguna palabra puede reconfortar el corazón de una madre que ha perdido a su hijo. Alguien con verdadera sabiduría, al conocer a una mujer cuyo hijo ha muerto, simplemente debe sentarse a su lado y quedarse allí sin decir ni una sola palabra. Aun cuando no haya intercambio de palabras, esas cálidas vibraciones de afecto y solidaridad desde lo más profundo de la vida de esa persona, serán percibidas.

Desde el punto de vista budista, los vínculos que unen a las personas no son de esta existencia nada más. Debido a que los que han muerto viven dentro de nosotros, nuestra felicidad está compartida de forma natural con ellos. Lo más importante para los que estamos vivos en este momento, es vivir con esperanza y esforzarnos para se felices.

Al lograr nuestra propia felicidad podemos enviar "ondas" invisibles de felicidad a todos aquellos que han fallecido. Pero si nos permitimos agobiarnos por la tristeza, el difunto también sentirá esta tristeza, porque somos inseparables.

Cuando conocí a Sonia Ghandi, viuda del Primer Ministro de la India Rajiv Ghandi, no mucho tiempo después de la trágica muerte de su esposo, le dije: "Las vidas de aquellos que han sufrido las más grandes tragedias resplandecen con el más grandiosos brillo. Por favor cambie su destino en una fuente de gran valor. Si usted está triste, su esposo se afligirá con usted. Si usted se levanta con una sonrisa, su esposo estará feliz también". Me siento muy contento de decir eso con gran coraje y ver que ahora ella está continuando la labor de su marido.

Cuando uno se enfrenta a una gran tragedia, pierde la dirección de su vida, tiene que decidir si mantener su espíritu y continuar viviendo con toda su fuerza o dejarse derrumbar por la decepción.

Existen muchos ejemplos donde las personas que han perdido a su madre o padre a temprana edad han logrado grandes cosas. Mi amigo Oswald Mbuyiseni Mtshali, un famoso poeta surafricano, una vez me dijo que el primer poema que escribió fue a su madre. Él dijo: "La muerte de mi madre fue un gran impacto para mí, tan grande que casi no me pude recuperar de él. Me tomó mucho tiempo superarlo. Pero eventualmente yo notaba algo: que cualquier fuerza que yo tenía me la había dado mi madre. Las palabras de mi madre permanecían vivas en mí. Mi madre vivía dentro de mí. Cuando me di cuenta de ello, un poema para mi madre surgió espontáneamente desde lo más profundo de mi corazón".

Luchando para sobreponernos a la pena y tristeza que acompaña a la muerte, nos hacemos más conscientes de la dignidad de la vida y compartimos el sufrimiento de otros como el nuestro propio.

La biblioteca de la universidad de Harvard fue donada por una mujer que perdió a su hijo en el trágico hundimiento del Titanic. en 1912. Su hijo, Harry Elkins Widener, quien murió a la edad de 27 años, era egresado de Harvard, tenía pasión por la lectura y había coleccionado muchos libros. Él había hecho un viaje de compra de libros cuando abordó el Titanic, junto con su padre y su madre.

Harry era un hijo adorable para su madre, un joven galante y heroico. Viendo a su madre a salvo en el bote salvavidas, se quedó atrás con su padre en el barco que se hundía. Su colección de más de tres mil valiosos libros fue donada a la universidad, pero no había lugar donde ponerlos. Esto impulsó a su madre a donar grandes cantidades de dinero a fin de que se pudiera construir una biblioteca. Más allá de esta tragedia, vino un invalorable regalo para innumerables estudiantes.

Aquellos que pueden superar el dolor y continuar viviendo con fuerza y coraje, merecen respeto. Yo admiro mucho a alguien que pueda superar sus propios sufrimientos y seguir adelante para dejar tras de sí algo de valor para las generaciones futuras.

ACERCA DE LA MUERTE

Extraído de "DEVELANDO LOS MISTERIOS DEL NACIMIENTO Y LA MUERTE: EL BUDISMO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO" de Daisaku Ikeda.
Trad. Eduardo Ciancaglini
Según la concepción budista, la vida es eterna. Se cree que se atraviesa por sucesivas encarnaciones, de manera tal que la muerte es considerada no tanto como la cesación de una existencia sino como el comienzo de otra diferente. Para el budismo el fenómeno de transmigración es evidente y se le da el nombre sánscrito de samsara.
En un breve ensayo denominado "Filosofía de la vida", Josei Toda enuncia sus ideas acerca de este tema, mientras estaba en prisión durante la Segunda Guerra:

"Mientras estaba detenido en una fría prisión a causa de acusaciones infundadas, viviendo una vida de soledad y aislamiento, meditaba día tras día y mes tras mes acerca de la naturaleza última de la vida. ¿Qué es la vida? ¿Es eterna? ¿Existe solamente en este planeta? A lo largo de la historia, los hombres sabios han tratado de abordar estos acertijos, cada uno tratando de resolverlo a su propia manera. En la suciedad de la prisión, los piojos se reproducían libremente. Un día, como si se sintieran invitados por el tibio sol primaveral, varios piojos aparecieron alegremente... Aplasté uno con mi uña, pero los demás seguían saltando llenos de vida. ¿Adónde se había ido la vida que había animado a ese ser viviente? ¿Había desaparecido para siempre de este mundo?"

ETAPAS DE LA MUERTE

La Dra. Elisabeth Kübler-Ross es una renombrada pionera en el campo del estudio clínico de la muerte. Ella sostiene que los pacientes terminales generalmente atraviesan por cinco etapas a medida que se aproximan a la muerte:

1) Incredulidad
2) Ira, furia
3) Autoengaño
4) Depresión o duelo preparatorio
5) Aceptación

Los pacientes que tienen una fe religiosa fuerte, tienden a morir más calmamente que aquéllos que carecen de ella.
Muchas personas se acercan a la muerte con sentimientos de ira o depresión. Las personas que se resisten a morir hasta el último momento pueden llegar a crearse a sí mismas algo así como una agonía adicional, mientras que aquéllos que han aceptado el hecho de que están muriendo sólo a nivel superficial, meramente resignándose a su suerte, suelen morir mucho menos pacíficamente que aquéllos que auténticamente aceptan que el fin se aproxima.
Enfrentar la muerte cara a cara puede incluso hacer surgir sentimientos positivos de misericordia y benevolencia. En el fin de nuestras vidas, tanto las energías positivas como las negativas emergen de nuestro inconsciente (la conciencia alaya) y, frecuentemente los sentimientos negativos superan a los positivos; con el objeto de controlar esta negatividad, debemos transformarla, vale decir, fortalecer nuestra energía positiva: es aquí donde es esencial que comprendamos cabalmente las enseñanzas del budismo si queremos prepararnos correctamente para la muerte. Nichiren Daishonin dice:

"Nagarjuna explica el carácter myo de myoho o Ley Mística, diciendo que "es como un excelente médico que puede cambiar veneno en medicina". Veneno significa los tres caminos de los deseos mundanos, karma y sufrimientos de la vida. Medicina significa las tres virtudes de la Ley: la naturaleza del dharma, sabiduría y emancipación o libertad. Cambiar veneno en medicina significa transformar los Tres Caminos en las Tres Virtudes."

Este pasaje implica que la última Ley del Universo puede cambiar los aspectos negativos de la vida -representados por los Tres Caminos- en aspectos positivos, representados por las Tres Virtudes. La Ley Mística puede transformar la esfera de la conciencia alaya (almacén del karma) identificándola con la esfera de la Novena Conciencia o amala que trasciende la octava, más pequeña y está libre de impurezas kármicas. A través de la aceptación y fe en la Ley última, la energía vital de la budeidad latente en nuestra Novena Conciencia es activada de manera que los otros niveles de conciencia son bañados por el poderoso torrente de esta fuerza vital.

EL PROCESO DE MORIR

Cuando atravesamos el portal de la muerte, tanto nuestras condiciones físicas como psicológicas se ven profundamente afectadas. La manera en que nos afecta impacta de forma crucial en cómo renacerá nuestra vida. Muchos textos budistas consideran que existen cuatro etapas o niveles a las que toda vida se halla sujeta:

1) Existencia durante el nacimiento
2) Existencia durante la vida
3) Existencia durante la muerte
4) Existencia entre la muerte y el nacimiento (también llamada "existencia intermedia").

La existencia durante la muerte es así considerada en budismo como muy distinta de la existencia durante la vida, implicando que la fase de la muerte es completamente distinta de la de la vida. En el proceso de atravesar al morir a la existencia intermedia experimentamos una transformación de nuestro ser. Durante esta etapa, las numerosas funciones vitales se convierten en latentes y son almacenadas en la conciencia alaya. Estas funciones incluyen las primeras cinco conciencias de los sentidos, la conciencia de la mente y la conciencia manas que constituye el centro de la autoconciencia. Cuando la sexta y séptima conciencia pasan al estado de latencia, todas las actividades psicológicas, incluyendo las funciones mentales y los deseos emocionales, se ven convertidos en semillas inactivas y depositadas en el almacén kármico de la conciencia octava o alaya. Al mismo tiempo, nuestro ser físico comienza a ser desintegrado y su energía también es absorbida por la conciencia alaya.
En medio del torbellino de este proceso, es natural que nuestra manera de experimentar sea muy distinta de aquélla que teníamos en vida. Si nos sentimos atemorizados y confusos a causa de todas estas sensaciones desconocidas, permitiendo a los deseos mundanos e ilusiones que penetren en nuestras vidas en una frenética batalla en el momento de morir, todos los esfuerzos que podamos haber realizado para elevarnos, si no fueron basados en la Ley Mística, pueden ser anulados en un simple instante. La manera en que enfrentamos el momento de la muerte determina si coronamos o no nuestra vida de completa realización.
Desde el punto de vista budista, nuestra capacidad para atravesar exitosamente el proceso de morir depende de nuestros firmes esfuerzos durante la vida en acumular buenas causas y fortalecer la base de bondad en las profundidades de nuestras vidas.

EL KARMA

La acumulación de buenas causas durante la propia vida equivale a una muerte tranquila. Dañar de palabra o acción a otros nos conduce a los Tres Malos Caminos. Pero si bien es importante el balance del karma al momento de la muerte, mucho más importante es nuestra capacidad para mantener inamovible nuestra fe en la Ley Mística: esto es lo que transforma fundamentalmente los sufrimientos de la muerte de los Tres Malos Caminos en la maravillosa experiencia de atravesar ese umbral con un estado de vida elevado. Por eso Nichiren Daishonin recomienda que adquiramos de por vida el hábito de invocar Nam-myoho-renge-kyo con la profunda convicción de que nuestra vida es, en esencia, idéntica a la del Buda. El Daishonin dice:

"Si una persona despierta plenamente a la verdad de que la mente de los mortales comunes y la mente del Buda son una sola, ni siquiera su mal karma impedirá que muera en paz ni los pensamientos erráticos lo atarán al ciclo de nacimiento y muerte."

Este estado iluminado, pleno de bondad y misericordia, se refleja en el cuerpo, en el aspecto físico del individuo fallecido. Los efectos acumulados a través de invocar daimoku trascienden la dimensión del mal karma. De este modo, no importa los sufrimientos o calamidades que uno pueda haber encontrado en vida, si una persona cree en la Ley Mística e invoca Nam-myoho-renge-kyo, inevitablemente disfrutará de paz mental en el momento de la muerte y su vida se fusionará con la vida de la budeidad del Universo. Más aún, si los miembros de una familia practican el budismo juntos y manifiestan la budeidad, serán capaces -más allá de sus momentos individuales de la muerte- de estar nuevamente juntos en la existencia siguiente. Nichiren Daishonin dice:

"Aquéllos que practican este sutra se dirigirán al mismo lugar: el Pico del Águila. Más aún, debido a que su difunto padre creía en el Sutra del Loto al igual que usted, definitivamente él renacerá junto a usted en la próxima existencia."


HACIA UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA

A lo largo de la eternidad de la vida continuamente atravesamos el ciclo natural de nacimiento y muerte. Al morir, nuestra vida retorna a la vida del Universo, de manera muy parecida a la que la espuma del mar vuelve a las aguas del océano. El budismo nos permite conocer la Ley eterna que penetra todo ser viviente y todo fenómeno de universo entero. El nacimiento y la muerte de los seres vivientes, el surgimiento y cesación de los fenómenos inanimados y el constante flujo de todo el cosmos constituyen todas manifestaciones de esa Ley. Es el funcionamiento de esta Ley el que nos capacita para continuar eternamente de una existencia a otra.
Shakyamuni consideró su propia muerte más como un medio que como un fin: explicó a sus seguidores que, si él permaneciera para siempre en este mundo, las gentes terminarían confiando más en él que en sus propias percepciones mentales de su budeidad. Por lo tanto, enseñó que el Buda no debía permanecer en este mundo para siempre sino venir de a intervalos. Por eso instó a la gente a que, en lugar de buscar la misericordia, compasión y sabiduría del Buda, buscara su propia iluminación a través de sus enseñanzas y el propio esfuerzo individual.
La vida de cada ser humano es, de este modo, un medio hacia un propósito: poder renacer. A medida que envejecemos, nos debilitamos, enfermamos y, a su tiempo, morimos. Pero no morimos por nada: morimos con el propósito de comenzar una nueva vida. El propósito fundamental de la muerte es permitirnos renacer en la próxima fase de nuestra vida eterna. El capítulo 16 del Sutra del Loto dice: "No existe flujo o reflujo de nacimiento y muerte". En el Ongi Kuden, Nichiren Daishonin interpreta esta frase así:

"Si el nacimiento y muerte son percibidos como inmanentes a la eternidad de la vida, no existe nacimiento ni muerte. Si no existe nacimiento ni muerte, tampoco existe aparición ni desaparición. Esto no quiere decir simplemente que no hay ni nacimiento ni muerte. Contemplar el nacimiento y muerte con rechazo y tratar de separarse uno mismo de ellos constituye una ilusión y es reflejo de la creencia de que la iluminación se adquiere en algún momento determinado. Pero percibir claramente nacimiento y muerte como fenómenos alternos de la eternidad de la vida es verdadero despertar, la toma de conciencia de que la iluminación es inherente eternamente. Nichiren y sus discípulos que invocan Nam-myoho-renge-kyo toman conciencia de que nacimiento y muerte o surgimiento y desaparición son solamente expresiones de la acción intrínseca de la eternidad de la vida."

Este pasaje expande la visión de que nacimiento y muerte son inmanentes a la eternidad de la vida, una de las doctrinas budistas más profundas. La palabra "inmanente" significa que la vida de uno no fue creada por ningún ser superior o trascendente ni por las acciones de los padres, sino que siempre existió dentro del universo. El término "eternidad de la vida" significa que la propia vida ha venido existiendo y existirá eternamente en el universo: nunca comenzó y nunca terminará, y su existencia no es intermitente sino continua. Fuera del nacimiento y la muerte no puede haber eternidad de la vida. Nacimiento y muerte existen a lo largo de la eternidad como dos aspectos de la vida.
Si percibimos correctamente que el nacimiento y la muerte son aspectos de la eternidad de la vida, tal como Nichiren Daishonin lo explica, transitaremos de la ilusión al despertar o, en otras palabras, de la visión superficial de que la iluminación se producirá cuando nos liberemos del nacimiento y la muerte a la profunda comprensión de que la iluminación es por siempre inherente a nosotros. Entonces no temeremos más los sufrimientos de nacimiento y muerte y, por el contrario, acumularemos tesoros de incalculable valor dentro de nuestras vidas, basados en nuestra budeidad eterna e indestructible, de manera tal que podamos eternamente disfrutar de la incesante repetición del ciclo de nacimiento-muerte-nacimiento... etc.
Si tenemos fe y practicamos la Ley Mística, naturalmente nos daremos cuenta de que nuestras vidas son eternas. Al mismo tiempo, ya sea que lo reconozcamos o no, seremos capaces naturalmente de desarrollar todos los tesoros de la vida eterna.
Cuando observamos la naturaleza, la sociedad y nuestros propios asuntos cotidianos no podemos dejar de darnos cuenta de que los tres se encuentran en un constante estado de fluctuación, nunca permaneciendo en el mismo estado y constantemente repitiendo el ciclo de nacimiento y muerte. Y, en cuanto percibimos que la vida coexiste con el universo y que el nacimiento y la muerte son aspectos alternados de la eternidad de la vida, podemos entender nuestras propias vidas y las vidas de todos aquéllos que nos rodean -sin mencionar el mundo como un todo- con una profunda interiorización y simpatía... dejamos de experimentar miedo a la muerte. A través de descubrir nuestro ser inmutable -el Yo no afectado por los asuntos mundanos de la sociedad o de los hombres- somos capaces de vencer nuestro miedo a la muerte. Es mi convicción que no hay nada más hermoso para un ser humano que alcanzar este estado de vida.
Creo que una forma completamente nueva de sociedad, basada en el concepto de eternidad de la vida, dará paso a un amanecer más brillante que cualquier otro en los miles de años de historia de la humanidad. Y creo que este amanecer representará el florecimiento de la felicidad eterna. Este será el tiempo en el cual la humanidad pondrá término a su historia de miseria e iniciará su avance a lo largo del gran camino de la felicidad eterna. De todos los logros humanos, éste será el más grande.

La vida y la muerte (por Daisaku Ikeda).

La muerte es algo de lo que nadie puede escapar. La muerte sigue a la vida con tanta seguridad como la noche sigue al día, el invierno sigue al otoño o la vejez sigue a la juventud. Las personas se preparan para no sufrir cuando les llegue el invierno; se preparan para no tener que sufrir en la vejez. ¡Pero pocos se preparan para la certeza aun mayor de la muerte!

La sociedad moderna ha alejado su mirada de este problema tan fundamental. Para la mayoría de las personas, la muerte es algo a temer, algo terrible o si no, sólo la ausencia de vida, algo hueco y vacío. Y la muerte ha llegado a ser considerada incluso como algo “antinatural.”

¿Qué es la muerte? ¿Qué ocurre con nosotros después de que morimos? Podemos intentar ignorar estas preguntas. Muchas personas lo hacen. Pero si ignoramos la muerte, creo que estaremos condenados a vivir una existencia poco profunda, a vivir insatisfechos, espiritualmente hablando. Puede que hasta nos convenzamos a nosotros mismos de que, de alguna manera, haremos una transacción con la muerte "cuando llegue el momento." Algunas personas se mantienen muy comprometidas en un sinfín de constantes tareas que le evitan pensar en los problemas fundamentales de la vida y la muerte. Pero en semejante estado mental, la alegría que sentimos es, en fin de cuentas, frágil y se encuentra ensombrecida por la presencia ineludible de muerte. Es mi firme creencia que enfrentar el problema de la muerte puede ayudar a traer verdadera estabilidad, paz y profundidad a nuestras vidas.

¿Qué es, entonces, la muerte? ¿Es sólo extinción, un retroceso hacia la nada? ¿O es la puerta hacia una nueva vida, una transformación en lugar de un fin? ¿Acaso es que la vida no es más que una fase fugaz de actividad precedida y seguida por la quietud y la no-existencia? ¿O será que tiene una continuidad más profunda, que persiste más allá de la muerte en alguna forma u otra?

Según el punto de vista budista, la idea de que nuestras vidas acaban con la muerte, es interpretada como una captación muy equivocada de la realidad. El budismo ve que todo en el universo, todo lo que ocurre en él, es parte de un inmenso tejido viviente de interconexiones. La energía vibrante que nosotros llamamos vida y que fluye a lo largo y ancho del universo no tiene principio ni final. La vida es un proceso continuo y dinámico de cambio. ¿Por qué, entonces, ha de ser la vida humana la única excepción? ¿Por qué ha de ser nuestra existencia algo arbitrario, aislado y desconectado del ritmo universal de la vida?

Nosotros sabemos ahora que las estrellas y las galaxias nacen, viven lo que les corresponde por naturaleza vivir, y mueren. Lo que es aplicable a las inmensas realidades del universo es igualmente aplicable al reino en miniatura de nuestros cuerpos. Desde una perspectiva totalmente física, nuestros cuerpos están constituidos por los mismos materiales y compuestos químicos que constituyen a las galaxias más distantes. En este sentido nosotros somos, literalmente, hijos de las estrellas.

Un cuerpo humano consta de unos sesenta billones de células individualizadas y la vida es la fuerza inherente que armoniza el infinitamente complejo funcionamiento de este arrebatador número de células. A cada momento, enormes cantidades de estas células mueren y son reemplazadas por el nacimiento de otras. A este nivel, cada uno de nosotros está experimentando día a día los ciclos de nacimiento y muerte.

En términos muy prácticos, la muerte es necesaria. Si las personas vivieran para siempre, tarde o temprano empezarían a anhelar la muerte. Sin la muerte, enfrentaríamos gran cantidad de nuevos problemas, desde la superpoblación hasta el hecho de que las personas tuvieran que vivir para siempre en cuerpos avejentados. La muerte hace espacio para la renovación y la regeneración.

La muerte debe, por consiguiente, agradecerse tanto como se agradece la vida, como una bendición. El budismo ve la muerte como un período de descanso, como un sueño a partir del cual la vida recobra energía y se prepara para nuevos ciclos de existencia. No hay ninguna razón para temerle a la muerte, para odiarla o para buscar desterrarla de nuestras mentes.

La muerte no discrimina, nos despoja de todo. La fama, la riqueza y el poder son todos inútiles en los solemnes momentos finales de la vida. Cuando el momento llega, en lo único que podemos confiar es en nosotros mismos. Ésta es una confrontación imponente ante la cual nos presentamos con la sola armadura de nuestra cruda humanidad, del registro real de lo que hemos hecho, de cómo hemos escogido vivir nuestras vidas. "¿He sido fiel a mí mismo? ¿Qué contribución he aportado yo al mundo? ¿Cuáles son mis satisfacciones o pesares?"

Para morir bien, uno tiene que haber vivido bien. Para quienes han vivido fieles a sus convicciones, para quienes han trabajado por llevar felicidad a los demás, la muerte puede venir como un placentero descanso, como un sueño bien ganado después de un día de agradable ejercicio.

Yo me sentí muy impresionado cuando supe sobre la actitud que asumió mi amigo David Norton, al confrontar su propia muerte, hace algunos años.

Cuando sólo tenía diecisiete años, el joven David era un bombero paracaidista voluntario que se lanzaba en las áreas inaccesibles con el fin de cortar árboles y excavar trincheras para impedir que los fuegos se extendieran. Él hacía esto, decía él, para aprender a enfrentar sus propio miedos.

Cuando tenía alrededor de sesenta y cinco años, le fue diagnosticado un cáncer avanzado y enfrentó la muerte con actitud de avance hasta encontrar que el dolor no lo derrotaría. Tampoco encontró él que la muerte fuese una experiencia solitaria. Según su esposa, Mary, rodeado por todos sus amigos, su marido enfrentó la muerte sin miedo, y se refería a ella como: "otra aventura; el mismo tipo de prueba que se enfrentan ante un fuego en el bosque."

"Yo supongo que lo primero sobre semejante aventura," dijo Mary, "es que es una oportunidad en la que uno puede desafiarse a sí mismo. Es salirse de situaciones que son cómodas, en las que uno sabe lo que está ocurriendo y en las que uno no tiene nada de qué preocuparse. Es una oportunidad para crecer. Es una oportunidad para uno transformarse a sí mismo en lo que uno necesita ser. Pero es algo que se debe enfrentar sin miedo."

El estar consciente de la muerte nos permite vivir cada día y cada momento lleno de agradecimiento hacia la incomparable oportunidad que tenemos de crear algo durante nuestra estadía en la Tierra. Creo que para disfrutar verdadera felicidad debemos vivir cada momento como si fuese el último. El presente nunca volverá. Podemos hablar del pasado o del futuro, pero la única realidad que tenemos es este momento presente. Y el confrontar la realidad de la muerte realmente nos permite generar creatividad ilimitada, valor y alegría en cada momento que vivimos.