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    La Vida y la Muerte
    (Extraído de la Revolución Humana, Vol. 3, pág. 51)
    Daisaku Ikeda
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    Una mujer preguntó a Shin’ichi Yamamoto (Ikeda Sensei) en una reunión de      estudio de Gosho, en las colinas de la isla frente a Hong Kong, en la casa      de la Sra. Oka, cuando se iniciaba el Kosen-rufu en Asia e India:
   
    Cuando comencé a practicar, me dijeron que nuestras vidas eran eternas. ¿Qué      nos pasa después de morir? Y, ¿cuál es el significado de las oraciones que      ofrecemos por los fallecidos cuando hacemos gongyo?
   
    Su pregunta es extremadamente importante – le contestó Ikeda Sensei –      Elucidar qué ocurre después de la muerte es vital para los seres humanos y      para la religión. Es un tema sobre el cual podríamos conversar      interminablemente, pero hoy me referiré a un solo aspecto.
   
    En la actualidad muchas personas parecen creer que la vida está limitada a      la existencia presente. Si así fuera, ¿cómo podría explicar las diferencias      que presentan los individuos al nacer? A menos que la vida sea eterna esta      pregunta queda sin respuesta.
   
    Algunos nacen el en Japón, otros en Hong Kong, otros en Norteamérica. Hay      quienes vienen al mundo en países asolados por la guerra o el hambre. De      igual modo, algunos niños nacen en familias ricas, otros en hogares pobres.      Algunos son portadores de enfermedades incurables o presentan incapacidades      físicas o mentales. Las circunstancias en las cuales nacemos, como también      nuestro rostro y nuestro aspecto, son infinitamente variados. Esto se debe      al karma con que iniciamos nuestra existencia.
   
    Si los seres humanos fueran creados por algún Dios omnipotente, todos      deberían ser iguales. Si la vida se limita a esta existencia, es inevitable      que quienes nacen con mala estrella se resientan con sus padres, soporten      una abrumadora impotencia y se dediquen a la búsqueda del placer indulgente.      Pues, para ellos, lo único que importa es el presente.
   
    Pero si examinamos a fondo de dónde proviene nuestro karma, nos damos cuenta      que su origen no puede hallarse en esta existencia. Estamos obligados a      reconocer que la vida es eterna.
   
    Basado en la ley causal de la vida, que opera a lo largo de las tres      existencias del pasado, presente y futuro, el Budismo revela la causa      fundamental del karma y muestra cómo podemos cambiar el que ya hemos      acumulado.
   
    Entonces, veamos que nos dice acerca de cómo se forma el karma.
   
    En primer lugar, enseña que lo determinamos nosotros, pues es algo que lo      hemos creado en nuestras existencias pasadas. Aunque resulte un poco difícil      de entender, nuestro karma es la acumulación de tres clases de actos: las      palabras, los pensamientos y las acciones, o sea, lo que hemos hecho, dicho,      pensado y sentido.
   
    Por ejemplo, engañar a otros, causar infelicidad o matar son causas para      crear un karma negativo. Y la causa más grave es caer bajo la influencia de      las enseñanzas desviadas y calumniar la Ley Verdadera, porque tales acciones      se oponen enteramente a la ley fundamental de la vida.
   
    Ahora, en cuanto a lo que ocurre después de la muerte, nuestra vida se funde      con el todo, con la vida del universo. El presidente Toda dijo que la muerte      es como ir a dormir por la noche, y que iniciar la próxima existencia es      igual a levantarse reanimado para comenzar un nuevo día. La vida es como un      ciclo continuo de sueño y vigilia.
   
    Lo importante es que nuestro karma no se desvanece cuando fallecemos,      continúa en la próxima existencia. Es como pedir dinero prestado; la deuda      de ayer no desaparece cuando estrenamos un nuevo día. Si morimos desgarrados      por el dolor de una insoportable agonía, naceremos con los mismos      sufrimientos. Si expiramos llenos de odio o de amargo rencor hacia otros,      nuestra próxima existencia transcurrirá en un medio que nos llevará vivir      odiando a los demás. La muerte no nos ofrece la posibilidad de escapar de      nuestro karma. Por lo tanto, el suicidio no libera del sufrimiento.
   
    Si en cambio logramos establecer un sólido estado de felicidad y terminamos      nuestros días saboreando una profunda alegría, naceremos en medio de buenas      circunstancias y nos dirigiremos hacia una existencia venturosa.
   
    Al escuchar mi explicación, alguno puede pensar: “Bueno, si en la próxima      vida tendremos que sufrir por nuestro karma, mejor sería no renacer y      permanecer en ese estado similar al sueño en el que ingresamos al morir”.      Pero ese no es el caso. Incluso en el período en que nuestra vida está      fusionada con el universo –después de expirar y antes de renacer- ella      continúa sintiendo el sufrimiento. Es como dormir con pesadillas, porque nos      acosan grandes problemas.
   
    Pero, ¿es posible cambiar el karma y concretar la felicidad?
   
    La respuesta es sí. Nichiren Daishonin reveló el medio por el cual nosotros,      los que vivimos en el Último Día de la Ley, podemos cambiarlo. Ese medio no      es otro que invocar daimoku al Gojonzon y enseñar a los demás acerca de la      Ley verdadera. Esta forma de existencia es el mayor bien posible y concuerda      con la propia ley de la vida; es el único modo de lograr un estado de      felicidad eterna y de alegría sostenida.
   
    Tal vez algunos piensen: “Pero, ¿acaso el señor Makiguchi, nuestro primer      presidente, no falleció en la cárcel? ¿No es una manera lastimosa de morir?”      Sin embargo, lo más importante es la condición de vida en el momento de      enfrentar a la muerte. La pregunta es: cuándo exhaló el último suspiro,      ¿estaba agobiado por el sufrimiento, temblando de terror? o, a pesar del      encierro, ¿murió pacíficamente con un sentimiento de profunda alegría? En      una de las cartas que escribió en prisión, el señor Makiguchi expresó su      inmensa dicha por haber vivido en total acuerdo con las escrituras budistas.
   
    Algunos de ustedes pueden estar pensando que los miembros de la Soka Gakkai      también mueren de enfermedades o en accidentes. Pero, incluso con respecto a      esto, el budismo enseña, claramente, que quienes mantienen la fe hasta el      último instante de su vida, transforman los efectos negativos de las causa      pasadas y logran disminuir la retribución kármica (en japonés tenju kyoju).      O sea, podemos cambiar por completo nuestro karma negativo del pasado –el      karma cuya erradicación podría llevarnos muchos ciclos de nacimiento y      muerte, así como largos y dolorosos eones de sufrimiento- y lograr la      Budeidad en esta existencia. Una prueba de esto es el semblante en el      momento de la muerte.
   
    En el Gosho el Daishonin describe los signos externos de una persona recién      fallecida que ha logrado la Budeidad, y dice que el cuerpo estará suave, el      rostro diáfano, etc. El presidente Toda también falleció con la expresión      sonriente de quien ha alcanzado la Budeidad. Y yo he presenciado los últimos      momentos de muchos miembros.
   
    Nichiren Daishonin escribió: “Cuando uno fallece, si está destinado a caer      en el infierno, su aspecto se oscurecerá y el cuerpo se volverá tan pesado      como una piedra que sólo la fuerza de mil hombres puede mover. Pero en el      caso de un devoto de la fe verdadera, aunque sea una mujer de 7 u 8 pies de      altura y tez oscura, a la hora de su muerte su rostro se volverá puro y      brillante, y el cuerpo será tan liviano como plumas de ganso, y tan suave y      plegable como el algodón (Gosho Zenshu, pág. 1316).
   
    En cualquier caso, quienes han actuado incansablemente por el Kosen-rufu, a      lo largo de toda la vida, como emisarios del Buda, jamás se hundirán en las      profundidades del temor y del sufrimiento ni experimentarán la agonía del      infierno. Las escrituras budistas dicen que, después de la muerte, mil Budas      extenderán los brazos para acogernos. Lo que atestigua el logro de la      Budeidad es la fe profunda que atesoramos en lo más recóndito de nuestro      ser, en el momento final.
   
    En verdad somos Budas tanto en la vida como en la muerte. Además como prueba      de ello, la familia y los seres queridos de los miembros que han fallecido      serán felices. De modo que aunque encuentren obstáculos o persecuciones en      el curso de la práctica -e incluso les parezca que la existencia es una      sucesión interminable de dificultades- jamás deben abandonar la fe. Los      problemas ofrecen la oportunidad de transformar el karma.
   
    Desde la perspectiva de la eternidad de la vida, nuestros sufrimientos en      esta existencia sólo duran un instante. Estamos esforzándonos para lograr      una felicidad que perdure eternamente.
   
    Nichiren Daishonin dijo: “Uno debería, ante todo, aprender acerca de la      muerte, luego aprender sobre otros asuntos”. (Gosho Zenshu, pág. 1404).
   
    Sin una comprensión correcta de la muerte, no podemos dirigir nuestros      pensamientos a preguntas como “por qué” y “cómo mueren los seres humanos”.      Ni responder con certeza el interrogante de “cómo debemos vivir”. Porque la      vida y la muerte están inextricablemente unidas.
   
    Ikeda Sensei se refirió luego a la ofrenda de oraciones por los fallecidos:      Uno se pregunta, ¿qué pasará con nuestros ancestros que han muerto presa de      un gran sufrimiento? Bueno, es posible que algunos ya hayan renacido y estén      sufriendo por su karma en la nueva existencia, y que otros todavía estén por      venir al mundo. Incluso si han renacido, no hay garantía de que lo hayan      hecho como seres humanos. Según su karma, pueden nacer como bestias, como      animales. Esto está expresado con claridad en los sutras. Por cierto, lo más      difícil es nacer como ser humano.
   
    Sin embargo prescindiendo de la forma, el lugar o el tormento en el que      puedan haber renacido, si nosotros, sus descendientes, mantenemos una fe      correcta e invocamos para que logren la Budeidad, nuestro daimoku llegará a      sus vidas, les quitará el sufrimiento y les dará tranquilidad. Esto es así,      porque Nam Myojo Rengue Kyo es la ley fundamental del universo, que penetra      todo el cosmos.
   
    Además, cualquier ancestro que haya renacido como animal no puede invocar      daimoku, de modo que depende totalmente del que le enviemos. Al mismo      tiempo, el daimoku por los antepasados que han renacido como seres humanos      hará que sus vidas encuentren el Budismo del Daishonin, se relacionen con él      y, finalmente practiquen la fe. Por lo tanto, una invocación sincera es el      único medio para conducirlos a la felicidad.
   
    Que alcancen o no la Budeidad no depende de cuantas tablillas compren en      memoria de ellos (práctica común en el budismo japonés). Si ese fuera el      caso, la Budeidad dependería de la cantidad de dinero disponible en manos de      los deudos.
   
    Por otra parte, los que hayan mantenido una fe inquebrantable en el Budismo      del Daishonin y hayan logrado la Budeidad en esta existencia, renacerán de      inmediato como seres humanos, cerca del Gojonzon y, una vez más saborearán      la gran alegría de dedicar la vida al Kosen-rufu.
   
    Como lo mencioné antes, para determinar si nuestros antepasados han      alcanzado la Budeidad, basta observar si nosotros, como descendientes, hemos      llegado a ser felices mediante la fe. Esta es en sí la prueba del logro de      la Budeidad de nuestros ancestros.
   
    Los seres humanos no pueden ver las existencias pasadas o futuras. Sin      embargo, la comprensión de la ley causal de la vida, que actúa a lo largo de      las tres existencias –pasado, presente y futuro- permite ver, con claridad,      el modo en que debemos vivir el presente. El rumbo que tomemos determinará      nuestras vidas futuras.
   
    En esta existencia, hemos nacido como seres humanos. Además, conocemos la      ley fundamental del universo y estamos trabajando para el Kosen-rufu como      miembros de la Soka Gakkai. Esto es verdaderamente extraordinario.
    Se dice que en el bosque, dondequiera que pisemos, existen bajo nuestros      pies miles, cientos de miles de diminutos organismos vivientes. De modo que,      si sumáramos la cantidad de seres vivos de este planeta –hasta una bacteria      microscópica- arribaríamos a una cifra verdaderamente sobrecogedora. Sin      embargo, en medio de esa gran diversidad, hemos nacido como seres humanos y      podemos practicar el Budismo de Nichiren Daishonin. La probabilidad de      lograrlo debe de haber sido mucho más escasa que la de ganar el primer      premio de la lotería un sinnúmero de veces. Es innegable que nuestra inmensa      buena fortuna y nuestra profunda misión nos han brindado la oportunidad sin      par de lograr la Budeidad en esta existencia.
   
    Con todo, algunas personas abandonan la fe, incapaces de apreciar cuan      grandioso es haber nacido como ser humano y poder practicar el Budismo del      Daishonin. Y, por otra parte, esas mismas personas celebrarían alborozadas      si ganaran el primer premio de la lotería, aunque sólo fuera una sola vez.      Es, en verdad, una lástima. Nuestra existencia actual representa una      posibilidad en un millón de lograr la Budeidad. Espero que no desperdicien      esta maravillosa ocasión.
   
    Aunque hablamos de la eternidad de la vida, en esencia todo existe en el      presente. Tanto el pasado como el futuro están contenidos en este instante.      Así pues, por favor, vivan este momento, este día, esta vida, con alegría y      agradecimiento, empeñándose con todas sus fuerzas por la tarea del Kosen-rufu.
sábado, diciembre 22, 2007
La Vida y la Muerte
La Vida y la Muerte (o La Eternidad de la Vida)     
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