En este estado, emerge la conciencia del yo, pero es un egoísta, desvirtuando, determinado a ganar a los demás a toda costa, y que percibe todo como una amenaza posible a sí mismo.
Sin embargo, cuando pensamos en alguien en estado de Ira lo primero que nos viene a la mente es una persona colérica, engreída e irascible, justo lo contrario de la naturaleza servil. Cuando algo nos enfada profundamente no dudamos en decir, estoy lleno de ira.
Pero la perversidad de esta condición es tan grande, que alguien en estado de IRa, a primera vista, puede dar la impresión de ser humilde o sumiso.
La Ira es, fundamentalmente, un estado de vida de arrogancia que, en esencia, indica nuestro apego a la suposición ilusoria de que somos mejor que los demás.
La energía del estado de Ira se dirige a sostener y fortalecer esta imagen de superioridad. Para sostener esta imagen ante los demás, el comportamiento externo se vuelve complaciente y oculta los verdaderos sentimientos.
Cuando nos encontramos en el estado de Ira, la imagen que damos a los demás y lo que de verdad llevamos en el corazón coinciden muy poco, pero estamos tan aferrados a la ilusión de que somos superiores que, incluso, llegamos a creérnoslo.
Miramos a través del cristal "distorsionado" de la arrogancia y por eso nos vemos superiores a los demás. Esto nos impide hacer una auto reflexión honesta y perdemos la ocasión de aprender de los demás y la oportunidad de crecer como seres humanos.
Pero en lo más profundo de nuestro corazón sabemos que vivimos una gran mentira, y toda la energía la empleamos para evitar que quede al descubierto nuestra propia identidad.
Sin embargo, la energía, la fuerza vital del estado de Ira podemos utilizarlas para denunciar los actos y situaciones injustas y luchar para que prevalezca la justicia. Aún en este estado podemos crear valor.
Ver CURSO BUDISMO BÁSICO XII
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